En el Día de la Obstetricia, la doctora Julieta Serra comparte su experiencia sobre el día en que se convirtió en paciente
La doctora Julieta Serra es médica de planta del Hospital Materno Infantil Ramón Sardá, en Buenos Aires, donde ha ejercido la obstetricia durante más de seis años. Pero no es el bullicio de los pacientes lo que se oye tras la línea al llamarla en este agosto, sino el balbuceo plácido de Nuria, su bebé recién nacida.
Serra se convirtió en madre el 22 de julio de este año. Esa experiencia, relata, le transformó la vida en muchos aspectos, incluyendo la forma de entender su profesión.
Estudiar, ejercer y haber vivido en cuerpo propio el embarazo y el parto le ha permitido a ella (y a las miles de mujeres obstetras que han tomado la decisión de ser madres) conocer desde prácticamente todas las ópticas el proceso del nacimiento . Desde el potencial empático que deja por huella la vivencia, ha comprendido las sensaciones y anhelos de cada una de las pacientes a las que ha atendido hasta ahora y ha abierto un nuevo camino para las que aún le quedan por atender.
A pocos días de haberse celebrado mundialmente el Día de la Obstetricia y la Embarazada, y en Argentina el Día de la Partera (31-8), Océano Medicina ha decidido homenajear a todas las mujeres que ejercen esta profesión, compartiendo la historia de Julieta.
El tono de voz de Julieta delata su sonrisa a través de la línea telefónica. Está amamantando, cuenta, mientras su beba deja escapar de cuando en cuando algún sonido que da el contexto perfecto a la charla.
El nacimiento de Nuria, recuerda, ocurrió en la semana 37 de su embarazo, con un proceso que inició en la noche, con la ruptura de la bolsa. “Estaba en mi casa. Tenía algunas contracciones, pero sabía que aún no eran de trabajo de parto, así que me comuniqué con la partera de Emiliano, mi doctor, y acordamos encontrarnos en la clínica”.
La decisión de dónde y con cuáles profesionales traer a su hija al mundo ya estaba tomada desde el principio. Este factor, que para la mayoría de las mujeres requiere múltiples conversaciones con amigas y familiares en búsqueda de recomendaciones, consistió para ella en hacer realidad una idea planeada desde que compartió residencia con su colega Emiliano Pucherman, quien era su superior en esa época.
“Lo escogí sabiendo cómo trata a las pacientes, la cantidad de partos en comparación con cesáreas, y el sanatorio donde trabaja, pero también, principalmente, porque lo conozco y sabía que iba a hacer lo mejor para mí y ni me iba a arriesgar a un parto inseguro, ni me iba a operar porque sí“, recuerda.
Serra también asegura no haber ideado desde el principio un plan de parto rígido: “siempre pensé muy como obstetra ‘que sea lo que tenga que ser’: si quiere nacer en la semana 41, que lo haga, no la voy a apurar; si nace antes, la recibiremos antes”.
Durante su embarazo, la experiencia le permitía entender cada uno de sus síntomas y contemplar distintas posibilidades futuras. Así, se las iba comunicando a su marido (quien no es médico) para mantenerle al tanto de todo eso que ella, primero por profesión y, ahora, por experiencia propia, ya conocía. “Por ejemplo, algo que era notorio para mí es que yo soy muy bajita y mi marido es bastante alto. Como obstetra, sé que eso es una condición probable para cesárea, así que intiuía que podía llegar a ser necesaria”, recuerda.
“Cuando llegué al sanatorio y me revisaron, tenía 3cm de dilatación, con lo cual las contracciones ya estaban haciendo su efecto. Tuve una conducción al trabajo de parto y pasó esto que siempre les advertía a las pacientes: las contracciones eran más frecuentes, largas y dolorosas, y esta vez era yo quien las sentía”.
“En un momento, llegó la epidural y el alivio fue notorio. Así que entendí por qué la piden tanto las pacientes (risas). Finalmente, aunque había llegado a los 10cm de dilatación, fue necesario hacer una cesárea porque, como ya imaginaba que podía pasar, había una desproporción pélvico fetal y la beba no se metía en el canal de parto. Como profesional, entendí que era la decisión más segura”.
“Puntualmente, vivir la cesárea fue extraño porque, como yo misma las he realizado, sabía todo lo que estaban haciendo. Si bien no lo estaba mirando, la anestesia te quita el dolor pero no la sensación de que están trabajando, así que iba pensando ‘están haciendo tal cosa, ahora viene esto…’, era increíble”.
Tanto durante el proceso de parto como en la cesárea, Julieta estuvo acompañada por su marido, y esto también le hizo vivir la importancia de contar con el apoyo de algún ser querido en este proceso vital.
“Ser obstetra y vivir el nacimiento de tu bebé te hace entender todo de otra manera. La llegada de mi beba me dejó pensando un montón de cosas. Una, es la sensación de la analgesia: una cosa es que la paciente te diga ‘me duele mucho’ y decirle ‘sí, es normal que ahora te duelan un poco más pero con la anestesia van a ceder los dolores’, pero otra es haberlo vivido y verdaderamente saber lo doloroso que es cada momento y el alivio enorme que hace la epidural”.
“Otro punto que resalto por mi experiencia es el valor del acompañamiento, incluso en la cesárea, y lo necesario que es brindarle esa posibilidad a los pacientes. Nosotros nos formamos en una maternidad donde eso está muy marcado, siempre está la familia y preguntamos a la mujer si desea estar acompañada. Es algo que yo promuevo con todas mi pacientes, pero sé que no es igual en todos los lugares y realmente la experiencia es mucho más llevadera al tener compañía”, detalla.
Con motivo de la efeméride que celebra la profesión de todos y todas las obstetras y pateras, Julieta reflexiona: “Nos formamos para acompañar a las mujeres y sus familias en un día muy especial y, después de haber estado del otro lado, solo puedo decir que verdaderamente lo es. El nacimiento de un bebé es algo que ocurre pocas veces en la vida de una mujer y el estar preparados y saber acompañarla hace la diferencia, tanto en lo científico y en la experiencia, como también en la calidad humana“.
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