Marcela Belardo, investigadora y mágister en epidemiologia, gestión y políticas de salud, ofrece un abordaje de la enfermedad desde el punto de vista de la salud pública
En Argentina se registran hasta 400 casos nuevos por año del Síndrome Urémico Hemolítico (SUH), con una tasa de incidencia anual promedio de 1 caso cada 100.000 habitantes, según el Ministerio de Salud de la Nación. En 2008, de acuerdo a un informe de esa misma entidad, el SUH presentó el número más alto de casos del período 2005-2013 (543), mientras que 2013 presentó el más bajo (319).
Este año, el boletín de vigilancia epidemiológica del ministerio de la semana 26 da cuenta de un aumento del 50% de casos registrados del SUH solo en la ciudad de Buenos Aires: 26 en el primer semestre de 2017 en comparación con los 13 del mismo período en 2016.
Al ser una enfermedad comprobada como endémica en Argentina, ¿qué puede hacerse desde la salud pública para evitar frenar su propagación? Con motivo del Día Nacional de la Lucha contra el Síndrome Urémico Hemolítico (19 agosto), Marcela Belardo, mágister en epidemiologia, gestión y políticas de salud de la Universidad Nacional de Lanús y Dra. en Ciencias Sociales ofrece un abordaje basado en su amplia trayectoria como investigadora del SUH y la problemática que le rodea, siendo una de estas los casos no reportados por los equipos de salud del país.
¿Cuál es la importancia de esta enfermedad para la salud pública?
En Argentina, el Síndrome Urémico Hemolítico (SHU) es una enfermedad endémica que afecta principalmente a niños entre 2 meses y 10 años de edad, aunque el grupo etario más afectado es el de niños menores a 5 años. El SUH es una enfermedad que se conoce desde 1955 y los médicos argentinos, de la mano del Dr. Carlos Gianantonio, tuvieron un papel importantísimo en la caracterización, clasificación y manejo clínico de esta enfermedad pediátrica. Y esto último no es casual porque nuestro país ostenta la incidencia más alta de SUH de todo el mundo. Lo primero que me gustaría destacar es que esta enfermedad fue incorporada a la lista de enfermedades de notificación obligatoria en el año 2000. No es lo mismo el conocimiento médico que se tiene de una enfermedad que el reconocimiento, y eventuales acciones, desde la salud pública para prevenir o controlarla a nivel poblacional. Son niveles diferentes de intervención. En el caso del SUH pasaron 40 años desde su descubrimiento hasta que el Estado la reconoce como un problema de salud pública. En el campo médico se ha avanzado muchísimo en relación al conocimiento de la enfermedad. Se sabe qué daños causa, cómo los causa, cuáles son sus desencadenantes, qué bacterias están involucradas en un posible caso de SUH, el manejo clínico de la enfermedad, a quienes afecta mayoritariamente, cuántos casos se registran por año, dónde están ubicados, los esfuerzos para producir sueros o vacunas terapéuticas, etc.
¿Qué medidas se han adoptado en términos de salud pública?
Las acciones que se han implementado hasta el momento han sido acciones muy dispersas, algunas sin continuidad en el tiempo y con un problema estructural que tiene nuestro sistema de salud que es su fragmentación en tres subsistemas: el público, el de obras sociales y el de medicina pre-paga, con lo cual para el caso de esta enfermedad particular, si bien las normas de notificación de casos son obligatorias, no todos los subsistemas la cumplen. Un claro ejemplo de eso es que existe un subregistro en la notificación de casos de SUH por parte del sistema privado de salud. A lo largo de todos estos años en los que vengo estudiando esta problemática, me he encontrado muchas veces con casos no notificados oficialmente pero que, por ejemplo, salen en los medios de comunicación. Entonces, el balance es negativo porque las acciones desde la salud pública no están impactando en términos de la disminución de casos de SUH, particularmente mirando los reportes a desde el 2000, que es a partir de cuando tenemos registros más sistemáticos.
Un punto controversial ha sido al registro del número de casos, ¿por qué ocurre esto?
Siempre fueron muy polémicos. Desde las omisiones de registro del sistema privado de salud, hasta la polémica por las diferentes estimaciones del número real de casos. Si alguien hiciera una rápida investigación en internet se daría cuenta que cada dos o tres años se instala en los grandes medios de comunicación el mismo problema: la polémica por la diferencia entre los registros oficiales que provee el Ministerio de Salud y los registros publicados en artículos científicos. Esta controversia está vigente. Y yo creo que es muy difícil para alguien que está en la función pública tomar decisiones correctas cuando las cifras están permanentemente cuestionadas. No digo que no pueda hacerse nada, simplemente digo que esto dificulta aún más las intervenciones.
¿Cuáles cree que son las acciones de la salud pública más efectivas para controlar al SUH?
Es posible hacer un mejor análisis de la situación actual, de sus nudos más problemáticos y por ende de algunas posibles acciones. En primer lugar, hay que entender cómo se desarrolla la enfermedad en términos biológicos. Las vías de transmisión de la bacteria Escherichia Coli son múltiples. En general, está asociada a alimentos y agua contaminada, aunque el contacto persona-persona también es una vía de transmisión de cierta importancia. Los estudios epidemiológicos realizados indican que en nuestro país la principal vía de transmisión es fundamentalmente la contaminación de la carne vacuna, principalmente algunos tipos de cortes particulares como la carne picada en forma de hamburguesas o albóndigas. Por lo tanto, pensar en intervenciones desde la salud pública que se propongan disminuir la incidencia de la enfermedad no es sencillo. Por un lado, por las características biológicas y, por otro, porque existen ciertas condiciones favorables en nuestro país que hacen que esta bacteria persista.
Si se observa la dimensión estrictamente biológica se sabe que la bacteria responsable por la producción del SUH, Escherichia Coli, está presente en nuestro medioambiente y en Argentina su reservorio natural es el ganado vacuno. En estudios realizados por el Instituto Anlis-Malbrán, la Universidad Nacional del Centro y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria se demostró que el ganado bovino sano de la Argentina está colonizado en un alto porcentaje por cepas STEC, que son aquellas que pueden producir la enfermedad. Ahora bien, el ganado convive armoniosamente con la bacteria, pero nosotros, los humanos, no. Ahí tenemos el primer problema: nuestro ganado vacuno está contaminado en un alto porcentaje. Si se observa la dimensión económica y social encontramos un segundo problema: la dieta argentina está basada principalmente en la carne vacuna. Si bien hubo una disminución en la cantidad de carne que consumimos anualmente y que fue reemplazada por los cortes de otros animales, han ganado terreno los alimentos pre-procesados, sobre todo en un sector de la población donde la mujer participa activamente en el mercado de trabajo. Entonces el tipo de cortes vacunas también se ha ido modificando, por ejemplo, la carne picada que es el corte más peligroso en relación al SUH, se concentra en los sectores de clase media y clase baja, aunque con diferentes elaboraciones. Mientras que en el sector medio predomina el consumo de carne picada en forma de hamburguesas, en los sectores bajos lo hacen a partir de comidas más elaboradas como guisos o albóndigas. Si se observa la dimensión cultural, encontramos un tercer problema: los argentinos construimos un mito alrededor de la salubridad de la carne vacuna. La población no reconoce que la carne vacuna pueda provocarle mal alguno pero, en cambio, está alerta respecto a otras carnes como la carne de cerdo como transmisor de triquinosis o la carne aviar sospechosa de contener hormonas. Pero la carne vacuna, en la representación popular, no es considerada un vehículo de enfermedades que puedan afectar a las personas. Se sabe, además, que no hubo casos de “vaca loca” en Argentina, lo que confirmaría que “nuestra” carne es intrínsecamente sana. Por lo tanto comprar carne barata, aunque se sospeche que proviene de mataderos clandestinos, no configura, en la visión popular, riesgo alguno.
En ese contexto, ¿cuáles son las alternativas sugeridas de control?
Hay propuestas de medidas más ligadas a la educación del consumidor, relacionadas a medidas higiénicas en el ámbito doméstico. Creo que este tipo de medidas no son muy efectivas, porque dejan librado a la esfera de la decisión de los individuos la decisión de aplicarlas o no; y muchas veces son impracticables en determinadas condiciones económicas o sociales (por ejemplo, si los hogares no disponen de agua potable, o la falta de refrigeración de los alimentos, etc.). Ningún país afectado por el SUH logró disminuir su incidencia sin atacar sus causas estructurales, que tienen que ver en la mayoría de los casos con los sistemas de producción de alimentos. Si bien la contaminación por Escherichia Coli no puede evitarse totalmente, es posible reducirla sustancialmente como lo hicieron otros países afectados por grandes brotes epidémicos como Estados Unidos, Canadá, Holanda y Australia. En estos países se realizaron fuertes controles y regulaciones estatales en la cadena productiva de alimentos para evitar que la bacteria llegue al plato del consumidor.
¿En Argentina es viable ese tipo de controles?
Yo creo que sí aunque por supuesto no es sencillo. Creo que como mínimo debe colocarse este tema en la agenda de la salud pública y darle un tratamiento en serio, cuestión que hasta el momento no se ha hecho. Si uno observa la configuración del circuito de la carne vacuna en nuestro país está compuesto por varias fases: empieza con la cría del animal (donde hoy mayoritariamente se engorda a feedlot), sigue con la faena en los frigoríficos, hasta la comercialización del producto para el consumo final que puede ser para el mercado interno o la exportación. En todas estas fases el Estado controla a través de sus diversos organismos a los agentes privados. Pero el control alimentario en Argentina es altamente complejo porque se trata de un sistema en el cual se entrecruzan distintos organismos de control cuya convivencia y efectividad en la tarea no siempre alcanza los resultados deseados.
Como se ve no es fácil disminuir la incidencia de esta enfermedad y por supuesto la respuesta no puede ser parte solo de la agenda de la salud pública sino que debe enfocarse transversalmente. Lo que sí hay que destacar es que controlando esta enfermedad se controlan a su vez muchos otros tipos de diarreas, ya que el SUH ha sido definida como enfermedad trazadora.
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